P R O N U N C I A M I E N T O. 8 de marzo de 2014. Día Internacional de la Mujer.

Pstt, Pstt… ¿alguien ahí?… ¿Alguien escucha?… ¿Alguien ha escuchado alguna vez?

De nuevo es 8 de marzo. Es 8 de marzo de nuevo y se hace necesario contar la historia. La historia de las que han luchado, de nuestras abuelas, de nuestras madres, de nosotras mismas. La historia que vamos caminando para nuestras hijas. Pero también es necesario decir que, junto con estas abuelas, madres y junto a nosotras, estuvieron, han ido estando, están, hombres nuevos, de esos que al igual que las mujeres saben parir mundos mejores. Para todos nosotr@s, venga pues la memoria y el recuerdo de tantos y tantas que han luchado y luchan por la igualdad, la justicia y la paz para todas y todos.

La historia debe ser contada y recontada todas las veces que sea necesario. Era la edad media y tanto mujeres como hombres vivían una era de grandes dificultades, guerras e ignorancia; pero en las sociedades de esa época, muchas mujeres servían como moneda de cambio, en el mejor de los casos, obligadas a casarse con hombres a quienes ni siquiera conocían y en el peor de ellos, siendo consideradas objetos intercambiables por bienes materiales o tomadas como botín de guerra así sin más. Otras tantas, esas que tenían el don y el desafío de saber mirar el mundo, eran condenadas, quemadas en la hoguera, maldecidas y borradas de la historia. Espera, eso pasaba hace más de mil años, pero ahora ya no ¿cierto?

Era la época de la colonización de América, y tanto para hombres como para mujeres de aquel entonces, del antiguo y el nuevo continente, eran tiempos de dificultades y guerras, de hambrunas y enfermedades; pero para las mujeres de aquel entonces no había tierras prometidas ni esperanzas de una vida mejor, próspera y abundante como soñaban los colonizadores; para ellas, para las mujeres del viejo y el nuevo continente, había violencia, violación, sometimiento, menosprecio. Espera, eso pasaba hace poco más de 500 años, pero ya no pasa ahora ¿cierto?

Era la última década del siglo XVII, la Revolución Francesa sacudía las cimientes de la sociedad monárquica y mientras miles de hombres se lanzaban a la lucha pidiendo «libertad, igualdad y fraternidad», también miles de mujeres parisienses pedían «libertad, igualdad y fraternidad». Pero la lucha es cruel a veces y los procesos no terminan de estar listos a tiempo. No era su tiempo aún, no era nuestro tiempo dijeron. Había que estar al lado de los compañeros, apoyarlos, pero no exigir para nosotros aún nada, ya llegaría nuestro momento. La Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, uno de los textos fundamentales de la Revolución Francesa, se había olvidado de incluir a la mitad de la población, y cuando Olympe de Gouges redactó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana fue acusada detraición a la revolución. Reclamar un trato igualitario hacia las mujeres en todos los ámbitos de la vida, tanto públicos como privados era algo de aquel entonces… ¿O es acaso un reclamo aún vigente?

Era el 25 de marzo de 1911, más de 140 jóvenes entre catorce y veintitrés años de edad, trabajadoras del ramo textil, la mayoría inmigrantes italianas y judías, estaban en huelga por la exigencia de una jornada laboral de 8 horas en lugar de las 14 que debían trabajar. Todas ellas murieron en el trágico incendio de la fábrica de camisas Triangle, en la ciudad de Nueva York. Los responsables de la fábrica de camisas habían cerrado todas las puertas de las escaleras y salidas, una práctica común para evitar y reprimir movimientos obreros. Pero las condiciones de las maquiladoras actuales son mejores ¿O no?

Vendrían muchas otros procesos históricos de cambio, luchas independentistas, revoluciones, movimientos, pero la verdad es que a pesar de todos ellos, las mujeres hoy en día, muchas veces seguimos viviendo los mismos dolores.

Pero no es solo la mujer, sino la femineidad la que ha sido y está siendo atacada por el sistema opresor. La femineidad que es el máximo símbolo de la vida, de la madre Tierra, está siendo humillada, devaluada, reducida, y no porque quieran aniquilarla sino porque quiere explotarla, la necesita, pero ahí abajo, donde no es una amenaza, cautiva y sumisa.

La madre tierra está siendo explotada y destruida sin medida, la tierra, al igual que las mujeres, está siendo violada, desde los sistemas agroindustriales hasta los proyectos turísticos, la extracción de petróleo, la minería, los agro tóxicos, etc., por hombres y mujeres enfermos de ambición, no hay límites para ellos, siempre querrán más, porque es lo que dicta el pensamiento del “Éxito”, y el éxito es individual, no mira al otro, no lo comprende ni lo contempla.

La vida, la ternura, la esperanza, la compasión, la colaboración, el amor, la fragilidad, tan propia de nuestra especie y de la existencia, esas características de la femineidad, esas raíces de todo ser humano, no solo del sexo femenino, están siendo reducidas por un sistema que en todos los ámbitos intenta controlar todo aquello que sea posible controlar, explotar, utilizar y finalmente desechar.

Nos enfrentamos a un gran sistema de pensamiento que impone, que nos obliga a competir, que valora únicamente las apariencias, aunque en el fondo esté el vacío, donde el fuerte aplasta al débil, donde vale quien tiene más poder y más dinero, aunque no tenga valores rectores de y para la vida.

Las mujeres somos el 50% de la población mundial. Hemos habitado este mundo al igual que los demás seres esperando tener una vida digna. Y una vida digna significa muchas, muchísimas cosas. Significa vivir con seguridad y sin miedo, con respeto y sin violencia, esa violencia que toma mil rostros diferentes cada día para nosotras. La violencia sistemática contra nuestros cuerpos, nuestra mente, nuestro espíritu; La negación de los derechos que inherentemente nos merecemos todos los seres humanos, simplemente por el hecho de serlo; La violencia en el hogar, muchas veces con el enemigo viviendo bajo el mismo techo y disfrazado de compañero; la trata de mujeres y niñas; la prostitución forzada; la violencia en situaciones de conflicto armado: asesinatos, violaciones sistemáticas, esclavitud sexual, embarazo forzado; la mutilación genital femenina que tienen que sufrir miles de mujeres sometidas por tradiciones que las violentan; los linchamientos establecidos por leyes injustas contra “los perjuicios a la moral”; el infanticidio femenino en sociedades donde está prohibido tener más de un hijo y se prefiere un varón; ¡EL FEMINICIDIO!

HOY POR HOY, NO EXISTE UN SOLO LUGAR SEGURO EN EL MUNDO PARA NACER MUJER.

No sabemos bien a bien cuándo empezó a ser así, pero sí sabemos que este mundo no estará cabal hasta que la desigualdad entre hombres y mujeres sea un asunto del pasado.

Hoy, queremos decir que celebramos el valor y la entrega de quienes históricamente han luchado por conseguir (incluso pagando con su vida) los derechos que hoy gozamos, pero al mismo tiempo declaramos que ¡Necesitamos urgentemente una revolución afectiva, una revolución del pensamiento y el espíritu! Porque sólo así ocurrirá una verdadera transformación social. Sólo así nacerán seres humanos completos y libres que dejaran atrás las relaciones de dominación violenta y desequilibrada y podrán comenzar a crear la verdadera convivencia, no solamente en la pareja y en la familia, sino en la comunidad y en la sociedad.

Este es un día que nos recuerda que queda mucho por hacer para alcanzar las condiciones necesarias para lograr una vida de convivencia armónica para mujeres y hombres; aún queda mucho por hacer para garantizar el cumplimiento de los derechos de las mujeres, pero más que nada, nos recuerda que los atropellos, la discriminación y el olvido hacia la mujer y lo femenino no son problemas únicamente de las mujeres, sino de todo individuo comprometido con la dignidad y con la vida.

Se trata de tener por fin el valor de inventar y reinventarnos para una transformación desde lo más profundo de nuestro ser, una transformación que debe ser al mismo tiempo individual y colectiva; se trata de aprender a mirar de manera respetuosa al otro, a la otra; se trata de encontrar una manera de convivir y compartir armónicamente con todo lo vivo, con la Madre Tierra, con el agua, con el bosque, con la existencia. Se trata pues, no solo de vivir, sino de honrar la vida.
Texto escrito a dos manos, a dos corazones:
Madhavi
Gaviotra