Mirarse dentro

Hay días dolor. Días de sentir y sentir y sentir y sentir… De sentirlo todo,  todo y a todos. Días en que tocar una mano o hasta percibir el aliento de otro ser, duele. Días de abrazar y ser capaz de percibir el sentir del otro, otra, otre, sus temores, su esperanza, su tristeza, su vibrar; de percibir incluso lo que ocurre a miles de kilómetros de distancia. Días de sentirte en cada átomo y no entender de dónde el dolor, de dónde el llanto, de preguntarse lo que no habías querido preguntarte y dolerse y lamerse las heridas y respirar y soltar en llanto.

Son los días propicios para abrirse el pecho así, a mano limpia, tomar ese amasijo de todo lo que llevas dentro y buscar y rebuscar. Hacer limpieza… ¡Ahh, mira! por aquí esta ese recuerdo amargo que cala duro, durísimo y que aún te hace retorcerte al tocarlo. Lo agarras con mucha dificultad porque está enraizado profundo, profundo en la maraña de cosas que a su alrededor te han crecido en el alma; lo tomas y por fin, en medio de un dolor agudo, indescriptible, lo agarras con firmeza y lo jalas fuerte hasta arrancarlo. Todo te da vueltas y quedas ensordecida. Ha quemado la mano con la que lo arrancaste y es cierto, aún ahí, fuera de ti, quema al mirarlo, pero sabes que irá muriendo lentamente al no  poder seguir alimentándose de ti. Es verdad, no hay garantía de que no haya quedado un pedazo por algún rincón recóndito, pero al menos te has quitado una gran parte.

Respira. Deja drenar la herida, que sangre y supure y se limpie y sane. Deja salir todo lo atorado, lo estancado, lo que ya no sirve y luego ciérralo para proteger lo intocado, lo sagrado, lo que ha de quedar.

Vuelves a asomarte dentro y más allá brilla, con luz cálida y limpia ese recuerdo de la infancia, y resuena la risa vibrante de esos momentos inocentes de alegría ingenua. Brillan los amores grandes y pequeños, la suavidad de todas las caricias compartidas, caricias nacidas en el momento exacto de la sincronía, caricias de ir y venir, de ida y vuelta, que se mecieron en el vaivén de la ternura como en una danza mágica y detuvieron el tiempo para filtrarse hacia dentro y marcarte para siempre. Brillan las miradas que has guardado como recordatorio del maravilloso milagro de la conexión espiritual.

Mírate, aquí estás, después de tanto y antes de lo que falta. Aquí estás, tú, la misma pero siempre nueva, después de todas las búsquedas, los encuentros, las ilusiones, la euforia, las desesperanzas; después de todo el amor y la alegría inmensa que jamás imaginaste, después de la lucha y el dolor y los muertos y los reproches y el rencor, y el odio. Aquí sigues, entera, con tus remiendos, pero entera. Aquí estás irradiando luz a pesar de tanta oscuridad. Aquí están tus ojos aún dispuestos a mirar lo superficial y lo profundo; aquí están tus manos aún prestas para la caricia y la ternura. Aquí tu corazón.