La palabra poder no me gusta, quizá porque desde mis clases de historia aprendí a asociarla con los grandes y poderoso imperios que dominaban extensos territorios a través de conquistas sangrientas. Poder me suena a imposición, despojo, dominación, supremacía, arrebato, control.
Por eso, hoy que me preguntaron si me sentía una mujer empoderada sentí la enorme necesidad en las entrañas de decir que no (y eso que aún no me daba una vuelta por las páginas que arroja la búsqueda por google de «mujer empoderada»… No se los recomiendo, por favor, no lo hagan). Y dije que no, que no me gusta ese adjetivo adherido a la palabra mujer, primero porque el concepto de mujer tiene un significado mucho muy grande y segundo, porque creo que es así como quiere el sistema que nos audodefinamos;
Han ido por aquí y por allá tratando de vendernos la idea del empoderamiento para decirnos que sí, que hay un caminito trazado para que nosotras, como mujeres que nacimos en éste sistema opresor (ésto no lo dirán así ni de chiste) transitemos hacia el empoderamiento personal, hacia la autorealización de lo que, desde ahí, desde la mirada aprobatoria del sistema que nos mantiene sometidas, se considera que es a lo que debemos aspirar.
Hay que saber, es imperante tener siempre presente que el sistema nos pone trampas a cada paso que damos.