…Y 12 días después te fuiste con Lucy

Yo no conocí a Lucy, pero supe el día que partiste, que la amabas y que ella había partido 12 días antes que tú. El día de tu reencuentro con ella fue mi cumpleaños, así que, creo, ambos estuvimos de fiesta y en el abrazo de un ser querido.

Yo te conocí a ti el 8 de enero del 2014. Y digo que te conocí ese día aunque ya nos habíamos topado, y mirado, y hablado antes en la vida, pero no fue hasta entonces que realmente te conocí y comencé a saber quién eras. Debo confesar que algo encontré en tu mirada, en tus palabras, algo que no alcanzo a definir. Debo confesar que me sorprendiste cada vez que nos encontramos, ya sea presencialmente o a la distancia a través de nuestras pláticas… igual que me sorprendiste con tu partida. Debo confesar que me siento afligida por algunas cosas que te dije, por algunas cosas que me dijiste… por no haber ido a verte, como prometí (con un six de cerveza), hace tres meses, apenas regresé a Mérida. Pero la confesión más valiente que haré será decir que fuiste un espejo, que aún hoy, a siete días de haberte ido, te sigo descubriendo y sigues sorprendiéndome.

Quiero compartir, Erbin, unas palabras tuyas, porque pasaste demasiado rápido, porque te fuiste abruptamente y no me dio tiempo de presentarte a algunas personas y quiero que quien haga el favor de leerme, te conozca.

Un día me diste las gracias por estar, yo hoy te doy las gracias por lo mismo.

Del muro de Erbin Love.
https://www.facebook.com/erbin.love/notes?pnref=lhc

Reflexiones sobre el amor y el odio
29 de enero de 2014 a las 13:14
Para estar vivo debo utilizar elementos de mí alrededor, que pertenecen a la naturaleza, a la existencia, lo cual implica el mantener mi cuerpo a partir de elementos pertenecientes a este universo. De la misma manera, cuando muera, mi cuerpo no desaparecerá, se convertirá en otros elementos, pero seguirá formando parte de este mundo, continuará siendo parte del “todo”. ¿Podría yo u otro ser vivo, aislarse de la totalidad, de “todo lo que es”?
No hay forma de alejarme, siempre seré parte de “todo lo que existe”. Si el universo se comprimiera quedaría concentrado en un solo objeto, si se volviera a expandir podría dar origen a nuevos elementos, pero todos parten del mismo origen, siguen siendo lo mismo con forma diferente, entonces ¿no soy lo mismo que todo a mi alrededor?, ¿acaso no tengo el mismo origen de cualquier cosa?
Si el “todo” es una unidad imposible de fragmentar, si nada se puede aislar de la totalidad porque siempre seguirá formando parte de “todo”, entonces ¿puedo fragmentar el amor? ¿Puedo dar amor a unos sí y a otros no?, ¿no sería eso como amar solamente a una de las ramas del árbol o sólo a una parte de mi cuerpo?
Si soy parte de los demás y éstos son parte de mí, ¿por qué amar sólo a algunos?
Si soy parte de todo el universo, el cual no es un montón de elementos independientes y aislados uno del otro, sino que es una totalidad, con formas diferentes, pero al fin y al cabo, una totalidad a la cual pertenezco, entonces ¿por qué amar sólo a una parte de ésta?
¿Hicimos los seres humanos esta fragmentación de la realidad, debido a nuestra conciencia de ser? Es decir, como creo tener pensamiento independiente siento no pertenecer a la totalidad de las cosas, y como no puedo percibir nada a través de los sentidos de otro, creo no tener absolutamente nada que ver con él.
¿Será a causa de un mal manejo de esa cosa llamada conciencia -la cual le fue brindada a esa parte de la totalidad denominada ser humano, durante ese período de tiempo llamado vida-, que pretendemos dividir el amor?
El ver las cosas de esa manera -pertenezco a un “todo”, éste es parte de mí, soy parte de él, soy él-, me condujo a plantear una nueva lluvia de preguntas: ¿Se debe amar a ese todo?, ¿se puede ser indiferente con él, o sea, no amarlo?, ¿se puede odiar?, ¿es el amor el contrario de odio?
Si soy uno con el todo y digo no amarlo, entonces no me amo a mí mismo. Si digo amarme más que a los demás estoy en un error, porque ellos son parte de mí. Si me amo amaré al todo. Si amo al todo me amo a mí mismo. Si lo odio, me odio.
Si considero al amor como el contrario de odio, ¿estoy en lo cierto? Los seres humanos tendemos a odiar a quien nos haga daño, ¿qué sería lo contrario?, ¿amar a quien nos favorezca? ¿No estaría otra vez en la situación de antes, dando solamente a quien me da, buscando ganancias?
¿Sería más acertado decir que el odio es el contrario de apego? Me apego a lo placentero, odio lo doloroso. ¿Me estaría odiando a mí mismo con el hecho de odiar a otra parte del todo? Me parece que el amor no tiene punto contrario y no posee relación con el odio, más bien, es un estado que surge cuando se deja de hacer divisiones artificiales de la totalidad.
¿Sería ese el estado que al parecer han alcanzado los grandes maestros de la humanidad, sentirse uno con el universo, en armonía, amando a todas las cosas?

Del milagro del paraíso, al precipicio.

Los besos no se piden. Los besos se dan. Se ofrecen con la mirada y se dan con el alma. Del alma brotan, a veces suaves, dulces, deseosos, curiosos de saber qué van a encontrar… a veces desesperados. Salen siempre en la búsqueda de tocar esa otra alma que habita ese otro cuerpo.

Un beso es un pedazo de alma que se suicidan.
Son sólo locos desesperados.

Los besos escapan a sabiendas que morirán en el intento de fundirse con otro beso, a menos que…. Sí, lo he visto, en la locura de esa dimensión desconocida, siempre hay la posibilidad de un milagro.

Muchos, muchos besos deben morir antes de que dos almas se encuentren y se hagan una, y entonces, cuando eso sucede, los besos que salen del alma ya no mueren, sólo navegan, van y vienen, paseando de un alma a la otra, como quien cruza un puente para mirar el paisaje desde el otro lado. Entonces viven más allá de un cuerpo, se estiran, se ensanchan, van jugando y saltando y haciendo nacer más besos. Es una fiesta, un gozo, un paraíso.

Pero a veces sucede, quién sabe cómo, que tristemente el puente se rompe. A veces de a poco, casi imperceptible para los besos que, alelados o distraídos, no se percatan de este hecho. Otras veces, el puente se rompe estrepitosamente, derrumbado como por un torbellino, un huracán, un terremoto que vino vaya uno a saber de donde. Y es que los besos son traviesos, distraídos como niños, fácil se confunden y al perderse en el camino de otra boca, a veces ya no encuentran el camino para regresar a su paraíso anterior. Es entonces cuando las almas se asustan, nace el miedo, la confusión y el asombro. Los besos comienzan a salir despavoridos, se lanzan incrédulos buscando dónde afianzarse, pero en ese loco intento, sólo encuentran el precipicio de otra boca que ya no les pertenece.
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