Soledad

Yo era un ser común en medio de miles de seres comunes. Un ser imperfecto que se aturdía ante el replicar de las campanas en el silencio. Iba gritando al mundo, con mi voz muda que me escucharan, pero todos pasaban por mi lado sonriendo, mirándome otro rostro y otro gesto y hasta pensaban que yo les sonreía también.

Así pasaron mis siglos, hasta que un día ella apareció. De entre mi plexo y mi vientre me nació una soledad. La tomé entre mis brazos y la miré con detenimiento. La encontré simplemente maravillosa, tan suave como una brisa de mar que acarició mi ego y lo hizo dormir, tan dulce como el último néctar que se bebe de los labios que te dicen adiós, tan tierna que silenció los gritos de mis voces mudas y posó en mis labios una canción y selló las puertas abiertas que una vez fueron mis brazos, porque mi soledad era celosa y sólo quería que la abrazara a ella.

Ese día fue el más feliz de todos mis siglos, porque desde entonces ya no habrían más gritos de voces mudas, ni sonidos de ecos sordos, desde entonces solamente eramos, mi soledad y yo tomadas de la mano.

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